Según distintos estudios, en el Estado español, el colectivo de personas extranjeras está sobrerepresentado en los índices de pobreza. La lista de dificultades y obstáculos para conseguir lo que cualquier persona necesita es larga. Un nombre extranjero, el color de la piel o la sencilla ausencia de un DNI español imposibilitan muchas veces el acceso a uno de los principales derechos humanos: la vivienda.
Las personas y los fondos buitres propietarios alegarán que personas sin papeles, sin un contrato laboral y a menudo sin una cuenta corriente en el banco no tienen suficientes garantías para firmar un contrato como inquilinas. Al mismo tiempo, la irregularidad no les permite tener un contrato de trabajo ni, por lo tanto, cotizar para tener algún día una prestación de paro o una pensión, de tal forma que el pez se muerde la cola: ni techo ni trabajo garantizados.
La economía sumergida es el único camino. Así pues, la ley de extranjería es responsable y creadora de esta economía informal que el mismo Estado dice combatir.
La economía sumergida es el único camino. Así pues, la ley de extranjería es responsable y creadora de esta economía informal que el mismo Estado dice combatir. Otro pez que se muerde la cola. “La ley nos quita la posibilidad de tener los mismos derechos que el resto de personas y nos deja en un limbo legal durante al menos tres años, durante los cuales seremos explotadas trabajando de manera irregular. Y para salir de aquí tenemos que hacer de todo y más”, asegura Ana Isabel Ríos, una migrante colombiana que prefiere guardar el anonimato por el riesgo al que se expondrá al denunciar la forma mediante la cual consiguió la residencia.
Los recorridos para “salir de aquí”, de un inevitable agujero negro, son diversos. El primer paso, imprescindible para todas y que –a pesar de que debería ser muy sencillo– a menudo no está siendo garantizado por las administraciones públicas, es el empadronamiento. Aparecer en el registro del padrón del municipio español donde la persona extranjera resida será la garantía de otros derechos como la salud o la educación de menores.
El derecho al empadronamiento es, la puerta hacia los demás derechos. Por ley, todos los ayuntamientos tienen la obligación de empadronar a todas las personas que residan en su municipio, también si viven bajo un puente o en un cajero automático.
El derecho al empadronamiento es, pues, la puerta hacia los demás derechos –una puerta que a veces ya cuesta abrir. Por ley, todos los ayuntamientos tienen la obligación, a través de la Oficina de Atención al Ciudadano, de empadronar a todas las personas que residan en su municipio, también si viven bajo un puente o en un cajero automático, mediante la figura del “padrón sin domicilio fijo”.
Muchos consistorios, pero, no cumplen la ley y exigen un contrato de alquiler o de propiedad a la hora de empadronarse. Esta falta de garantías de un derecho básico ha hecho surgir un mercado irregular –otro– donde se puede comprar la posibilidad de empadronarse pagando hasta 500 euros anuales a personas nacionales españolas o extranjeras residentes para que te empadronen en su casa.
Hay distintas ONG, como Cruz Roja, o entidades y colectivos de la propia población migrante organizada, como Mujeres Pa’lante, que ofrecen asesoramiento para que esto no ocurra, pero muchas veces acaba siendo inevitable. Sea como sea, el objetivo de cualquier migrante una vez ha llegado al Estado español es empadronarse tan pronto como sea posible, porque solo entonces, cuando ya conste en el padrón, empezarán a acumularse realmente los días, las semanas y los años que necesita para llegar a regularizarse de la forma más común: el arraigo social.
El arraigo social lo consiguen aquellas personas que pueden demostrar, a través del padrón, que han vivido tres años consecutivos en territorio español.
El arraigo social es una de las modalidades de autorización temporal para vivir y trabajar en el Estado español durante un periodo de tiempo prorrogable. Lo consiguen aquellas personas que pueden demostrar, a través del padrón, que han vivido tres años consecutivos en territorio español y que cumplen otros requisitos como la obtención de uno o varios contratos de trabajo que sumen al menos treinta horas semanales, la ausencia de antecedentes penales, la realización de cursos de la lengua local –castellana, catalana o eusquera– y un informe que demuestre su integración social. La periodista colombiana Liza Roncancio, como miles de personas en situación irregular, ya reúnen todo lo necesario para llevar a cabo este arraigo, menos el contrato laboral.
Estos contratos, como en el caso de Eli González, se acaban haciendo realidad “gracias a personas de confianza que te hacen el favor; de otra forma, es muy difícil”, asegura la joven nicaragüense. Roncancio, por su parte, después de que le denegaran la solicitud de asilo, rápidamente descubrió que su mejor opción era optar por el arraigo social: “Yo he estudiado catalán, cultura catalana, un curso subvencionado de marketing digital… Tengo todos los requisitos. Solo me falta una oferta de contrato, pero, con la edad que tengo y sin papeles, ¿quién me va a contratar? Quedas realmente en un limbo, es un callejón sin salida”, se lamenta preocupada. Actualmente tiene esperanzas en la nueva reforma, en conseguir un arraigo por formación comprometiéndose a hacer otra formación, un nuevo camino para la regularización que todavía debe comprobarse si funciona.
El arraigo laboral, en cambio, permite obtener la residencia tras dos años viviendo en el país de forma continua, pero debes demostrar que has trabajado sin contrato un mínimo de seis meses. Para alcanzar esta vía, tienes que denunciar a tu contratador y una inspección de trabajo debe verificar que trabajas sin contrato, proceso que genera miedo y desconfianza dada la posibilidad de perder el trabajo o de perjudicar a las compañeras que te han ayudado hasta el momento. Este arraigo funciona sobre todo para aquellas solicitantes de asilo que han gozado de un permiso de trabajo durante el tiempo que eran solicitantes, pero, al ser denegadas, quedan en situación de irregularidad.
El arraigo familiar es el camino más rápido y más sencillo, pero es una opción que en muchos casos se presta a abusos.
Finalmente, el arraigo familiar permite a una persona con al menos un año en el país obtener la residencia si tiene una relación de parentesco directo con una persona de nacionalidad española, sea por ascendencia, descendencia, matrimonio o pareja de hecho. Este es el camino más rápido y más sencillo y, por lo tanto, el que muchas personas migradas intentan coger sea como sea, pero es una opción que en muchos casos se presta a abusos.
“Yo he conseguido el permiso de residencia pagándole a una persona de nacionalidad española para que hiciera el trámite de pareja de hecho conmigo. Esto ha implicado ocho pagos de 500 euros, que suman 4.000, y por eso él me ha empadronado en su casa”, explica Ana Isabel Ríos. Después de tres años sin volver a su país debido a la situación de irregularidad, la estudiante de comunicación colombiana pudo visitar a sus padres en Cali y pudo hacer las prácticas del máster que tenía paralizadas debido también a la falta de documentación: “Era imposible acabarlo sin realizar las prácticas en una empresa, pero ninguna empresa me aceptaba sin NIE. Estaba desesperada”.
Antes de encontrar a la persona que hoy es su pareja de hecho por conveniencia, buscando formas de encontrar una pareja con quien casarse, la estudiante colombiana tropezó con un bufete de abogados que pedía 8.000 euros por conseguirle una pareja y tramitarle el permiso de régimen comunitario como familiar de ciudadano de la Unión Europea. “Era demasiado dinero y, además, me pareció muy grave que los abogados fueran colombianos como yo”, explica Ríos.
Un mercado irregular más, alimentado sobre todo por otras personas migrantes ya regularizadas y precarizadas que buscan formas de obtener recursos económicos a través de las necesidades que saben –porque las han vivido– que otras personas atraviesan. Y es que salir de la irregularidad no significa salir del contínuum de violencias que las personas migrantes viven desde que se ven forzadas a huir de sus territorios. Se trata de un contínuum que no terminará mientras persista el racismo estructural global.
“Me amenaza con que me sacará del padrón de su casa si no le pago 500 euros cada año”, hecho que podría provocar la no renovación de su permiso de residencia.
Pero la pesadilla todavía no ha terminado. La joven colombiana denuncia que actualmente es “víctima de chantaje económico por parte de este señor: me amenaza con que me sacará del padrón de su casa si no le pago 500 euros cada año”. Dejar de aparecer en el padrón de su pareja de hecho podría provocar la no renovación de su permiso de residencia, pero “500 euros es mucho dinero para alguien que continúa teniendo una situación económica inestable como yo, que pretende enviar dinero a casa, a Colombia. Es muy complicado”, se lamenta indignada.